viernes, 9 de diciembre de 2022

 

ANDROCENTRISMO, ANTROPOCENO Y CRISIS CIVILIZATORIA

 

Dr. Rafael González Franco de la Peza

2022

 

En el siglo XXI la sociedad humana transita por una crisis civilizatoria que está poniendo en riesgo la viabilidad de nuestra especie en el largo plazo y comprometiendo la posibilidad de que las futuras generaciones cuenten con las condiciones mínimas necesarias para el buen vivir, aspiración legítima contraria a la opulencia y a las desiguales propias de esta crisis.

Algunos autores como Víctor Manuel Toledo y Enrique Leff, entre otros, caracterizan el presente como una crisis civilizatoria que ha producido la enorme paradoja entre la generalización de los ideales de la Ilustración y la apuesta a las contribuciones de la ciencia y la tecnología —la suma de la posibilidad del llamado progreso humano— como el culmen civilizatorio anhelado, y un momento en donde las condiciones para sostener la vida humana se encuentran en un estado crítico de fragilidad y vulnerabilidad. Es una crisis civilizatoria porque la pretendida batalla contra la barbarie, y por la democracia y el bienestar material, se está topando con niveles de desigualdad y deterioro imaginadas sólo por las ficciones distópicas[1] del siglo xx.

La gran paradoja del presente humano es que frente al avance en la ciencia y la tecnología, los conocimientos y referentes existenciales de la condición humana, el reconocimiento de los derechos humanos, la democracia como el menos malo de los sistemas políticos y las instituciones nacionales y multinacionales para un buen vivir, podemos constatar violencia generalizada, sobre todo contra las mujeres, migrantes y pueblos originarios; que la pobreza y las enormes desigualdades no retroceden, las migraciones forzadas, las violaciones a los derechos humanos por doquier, el deterioro ambiental que compromete la vialidad de las bases que sostienen la vida, la crisis de soledad y el vacío existencial y la falta de sentido con los que mucha gente vive.

Esta crisis civilizatoria es la característica más relevante del Antropoceno, era geológica caracterizada por la impronta humana en el planeta Tierra, en la que el Patriarcado como el “sistema de dominio institucionalizado, que mantiene la subordinación e invisibilización de las mujeres y todo aquello considerado como ‘femenino’, con respecto a los varones y lo ‘masculino’, creando así una situación de desigualdad estructural”[2] ha encontrado un medio idóneo para reproducirse e imponerse. El patriarcado, a su vez, descansa en la matriz androcéntrica, anida en su seno.

Androcentrismo

El androcentrismo, cosmovisión que afirma la supremacía masculina, naturaliza, justifica y legitima que todo orbite en torno a los hombres: los imaginarios, los símbolos y las prácticas —y su institucionalización—. Hace aparecer como natural —es decir niega su carácter cultural e histórico— la supeditación de lo femenino a lo masculino en todos los órdenes (jurídico, religioso, institucional, del lenguaje, la sexualidad, la moral y la división social del trabajo) en la justificación y legitimización de las relaciones de dominación que someten a las mujeres a la hegemonía masculina.  

El androcentrismo es uno de los pocos paradigmas ancestrales que ha resistido al paso del tiempo; es el imaginario central del patriarcado, estando en la base de todas las narrativas que, al naturalizarlo, lo hacen aparecer como eterno e inmutable. Afirma que lo masculino siempre será mejor, más perfecto y deseable que lo femenino e, inclusive, que lo femenino es ausencia de atributos positivos masculinos. El androcentrismo ancla tal naturalización y justificación en supuestas diferencias “innatas” en las que los atributos de lo masculino tienen “mayor peso”. El androcentrismo se sustenta en narrativas y prácticas que refuerzan tales diferencias artificiales entre hombres y mujeres, atribuyéndoles características distintas, en muchos casos opuestas, y roles bien diferenciados; que no tienen que ver con las diferencias anatómicas y fisiológicas que sí existen. Esta diferenciación está cargada de prejuicios y suponen siempre una ventaja de los hombres frente a las mujeres.

A partir de ahí, el androcentrismo instaura diferencias de derechos, posibilidades, oportunidades y ámbitos de realización entre hombres y mujeres, con desventaja para ellas, creando condiciones de todo tipo para que sean sometidas, discriminadas, excluidas, marginadas y violentadas. Otorga privilegios a los hombres y nos hace sentir y pensarnos superiores y con autoridad hacia las mujeres, a la vez que nos hace dependientes y exigentes del cuidado femenino.

En esta matriz androcéntrica rige el estereotipo por el que todos los hombres deberíamos emular al macho alfa espalda plateada de ciertas especies de mamíferos. Con los atributos de fuerza, capacidad de control y dominio, y poder disponer del mayor número de hembras posible —para lo cual hay que ser sexualmente potentes—, mantener alejadas las amenazas a nuestro territorio y responder agresivamente ante cualquier amenaza. A ello se suma la restricción emocional y el ocultamiento de señales de debilidad y vulnerabilidad. Lo masculino se construye así desde el rechazo a todo aquello que se presenta como femenino, pero, a la vez, viendo a la mujer como un objeto a ser poseído y su cuerpo como una fortaleza que hay que conquistar como un derecho.

Cazador y guerrero, protector y proveedor que no puede darse el lujo de sentir, de ser empático, tierno y mostrarse con miedo o vulnerable. Virtudes que no son convenientes para poder matar a la presa o someter al enemigo. Demasiado ocupado en los asuntos públicos y en proveer como para hacerse cargo de los cuidados y de los vínculos afectivos: “eso es cosa de mujeres” o de eunucos, según esta narrativa. Su papel está en mantener alejadas las “amenazas reales”, no los miedos y angustias que produce la mente; y cuando se trata de su propia mente, basta con acallarla, negarla, someterla, como somete al mundo que le ha sido “encomendado”; y así va por la vida negándose la tristeza, la frustración y la soledad, pero dejándose llevar por el enojo y, con frecuencia, canalizando la ira en actos violentos.

La nuestra es una civilización antropocéntrica, contraria a una biocéntrica; en otras palabras, resulta de tener a los seres humanos como centro y referencia de todo cuanto existe y del devenir de la historia, por lo que el resto de seres vivos y, en general, el universo que pueda estar a su alcance está a su entera disposición. Pero, para ser más precisos, se trata de un antropocentrismo androcéntrico. En esta lógica, no somos los seres humanos los que estamos por encima de todo, somos los hombres los que lo estamos. Las mujeres pertenecen al orden de lo supeditado a los hombres, dada la idea de la supremacía masculina.

Es necesario considerar que el Hombre —con mayúscula para resaltar que nos referimos al concepto de hombre, no a los hombres en particular, aunque el esencialismo los identifica como una y la misma cosa— encumbrado en la matriz androcéntrica, es el hombre de la modernidad. El hombre del “pienso, luego existo” cartesiano. Heredero de la falsa idea de que los seres humanos somos autónomos y autosuficientes, que primero somos y luego nos relacionamos (lo que niega el carácter intrínsecamente gregario de nuestra especie, que lo humano fue posible en y por los vínculos que pudimos establecer desde la cooperación para sobrevivir —como predadores débiles, cooperábamos o moríamos— hasta los lazos afectivos para ser viables en los primeros años de vida). Y en ello, la exaltación de la razón en contraposición a la emoción, que es vivida como su opuesto y una amenaza; atributo exclusivo de lo femenino según esta narrativa.

Se afirma que en la razón y por la razón, el Hombre es dueño del logos, no solamente de la palabra sino de todo lo que la palabra posibilita.  El ciudadano de las polis, habilitado por la palabra para deliberar y decidir sobre los asuntos públicos; quien tiene acceso a la sabiduría, a la verdad y a lo que es justo, dimensiones que, según esta versión del mundo, le es ajena a las mujeres.  El Hombre de la matriz androcéntrica es entonces autonomía, autosuficiencia, heterosexualidad y pura razón; dueño de la palabra y custodio del orden del universo. Centrado en sí mismo, referente único de sí, encerrado y protegido por una coraza de eficiencia absoluta; señor de todo cuanto existe, lo que está puesto a su disposición para ser sometido y apropiárselo para sus necesidades y caprichos. A esta conformación del estereotipo hegemónico de masculinidad le es inherente la violencia machista.

Antropoceno

Este Hombre es el artífice del Antropoceno

una nueva era geológica que se caracteriza por el incremento en el potente y lesivo accionar de la especie humana sobre el planeta, en especial a partir de los últimos dos siglos […] accionar sobre la litosfera, la biósfera, la hidrósfera y la atmosfera, es decir sobre el planeta en su conjunto, catalizando el aceleramiento del cambio climático de origen natural, con efectos futuros inciertos y con consecuencias adversas para muchas especies, en diversas dimensiones, incluida la humana.[3]

El Antropoceno es el resultado de las innovaciones tecnológicas del siglo xviii y xix y su consecuente aplicación a un acelerado aprovechamiento de los recursos naturales del planeta bajo un “modelo minero de extracción”[4] de la mano de la quema de combustibles fósiles. Desde hace dos siglos, pero sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX, se efectúan profundas transformaciones sobre los elementos geofísicos y biológicos del planeta. El potencial de intervención intensiva sobre casi todos los elementos naturales del mundo ha llegado a niveles que rebasan en mucho su capacidad de regeneración.  

Como nunca, el crecimiento económico desigual y depredador ha abierto una brecha gigantesca de desigualdad a escala global y dentro de cada país, acompañada de la generación de residuos contaminantes derivados de procesos industriales en una espiral de agotamiento, degradación y destrucción de gran parte de los elementos naturales (agua, suelo, cobertura vegetal, recursos genéticos y fauna), aportando de manera significativa al incremento de la temperatura media global y a la pérdida de la biodiversidad, así como a la alteración del agua oceánica y continental. Las versiones actuales de la pobreza, las pandemias, las hambrunas, la violencia, los conflictos territoriales, las migraciones y hasta desastres por el aumento en intensidad y frecuencia de los fenómenos naturales, forman parte del Antropoceno.

En el Antropoceno la humanidad está causando la sexta extinción masiva de especies en la historia del planeta. Es una catástrofe invisible para la mayoría de la gente. No hay suficiente conciencia del inmenso riesgo que esto significa de la mano del cambio climático para las posibilidades de la vida futura de la humanidad, además de que incrementa la probabilidad de nuestra propia extinción.

Explotamos ecosistemas forestales a tasas superiores al crecimiento de su constituyente arbóreo, capturamos muchos más peces y organismos marinos de los que nacen año con año y contaminamos su hábitat de manera creciente, incorporamos agroquímicos a los suelos para aumentar su productividad causando su agotamiento, así como vertemos a la atmósfera mucho más dióxido de carbono (co2) que la fotosíntesis planetaria (terrestre y marina) es capaz de absorber.

Como conglomerado, desde la década de los setenta la humanidad consume, aunque en enormes desigualdades, más de lo que el planeta puede ofrecer. Para poder abastecer las necesidades de todos los habitantes del mundo, durante un año, se necesitaría tener 1.75 planetas, esto quiere decir que se consume 75% más de los recursos naturales que la Tierra puede ofrecer. De seguir con esta tendencia, para 2050 la cifra aumentará a 2.5 planetas; pero si todos consumiéramos como la población de Australia, se necesitarían de 5.4 planetas para abastecer nuestras necesidades. Si fuera como Estados Unidos, se necesitan 4.8 planetas, como Corea del Sur y Rusia se requieren de 3.3 planetas, y como India es todo lo contrario, solo se consume lo equivalente a 0.7 planetas.[5]

Esta circunstancia implica que la extracción de recursos y la degradación de los ecosistemas que genera todo tipo de contaminantes están rebasando su capacidad de carga y de regeneración. Es decir, al planeta se le extrae cada año más de lo que es capaz de proporcionar, creando un déficit cada vez mayor en el potencial de servicios ecosistémicos que hacen viable la vida humana. Es inexorable el avance en la reducción del número de días en los que la humanidad rebasa las capacidades de renovación anuales de los ecosistemas para producir biomasa y los servicios ambientales indispensables para la vida: alimentos, agua, energía y todo tipo de materiales que sustentan las economías. En 2018 el día calculado fue el 1º de agosto, en 2022 fue el 28 de julio, si se siguiera a este ritmo sin revertir las tendencias actuales, la capacidad del planeta para sostener la vida humana colapsará en aproximadamente 180 años.

Las consecuencias y efectos adversos de estos patrones de consumo, insustentables, se observan ya muy claramente a escala global. Deforestación, disminución de la biodiversidad, estrés hídrico para consumo humano y caudales ecológicos, erosión y pérdida de suelos fértiles, inmensa acumulación de desechos (residuos sólidos y aguas usadas) e incremento sostenido de la concentración de co2 en la atmósfera.

Ello nos sitúa ante la irrefutable inviabilidad del modelo del mal llamado desarrollo adoptado a escala planetaria. Los niveles de consumo actuales, detrás de los cuales está una lógica económica voraz que no repara en lo pernicioso de una extracción minera desenfrenada de todo tipo de recursos y una colonización abusiva de los ecosistemas naturales —de la mano de la fallida idea de un crecimiento económico ilimitado—, provocará el colapso de la economía, llevándose consigo la viabilidad de la vida humana en el planeta.

Crisis civilizatoria

La crisis ecológica es una crisis de civilización ya que, subyaciendo a las diferencias entre los sistemas sociales, se encuentra un conjunto de similitudes megaestructurales en la red de las sociedades industriales contemporáneas, una suerte de “modelo supremo” como inercia global compartido por el capitalismo y el socialismo realmente existente. Y es en esta matriz civilizatoria cada vez más expandida en donde deben buscarse las causas que han desatado el conjunto de factores que hoy amenazan la supervivencia de la especie. Por eso, contra lo que suele pensarse, la crisis ecológica del planeta no logrará resolverse mediante nuevas tecnologías, audaces acuerdos internacionales o aún, un reajuste en los patrones de producción y consumo. La nueva crisis global penetra y sacude todos y cada uno de los fundamentos sobre los que se asienta la actual civilización y exige una reconfiguración radical del modelo civilizatorio.[6]

Es difícil asimilar este arco en uno de cuyos extremos están los grandes capitales financieros alimentando procesos de producción destinados a un consumo que ellos mismos promueven enfebrecidamente y, en el otro extremo, millones de personas que han hecho suyo el mandato de consumir, confundiéndolo con sus propios deseos en un afán inconsciente por llenar vacíos afectivos, existenciales y espirituales propios de estados de desolación y soledad producidos por esa misma lógica consumista.

Pero, además, la crisis civilizatoria tiene otra dimensión, la del conocimiento y la intervención en el mundo, es decir, de la ciencia y la técnica. El reconocimiento de los límites del planeta nos impone nuevas exigencias en la manera de comprender el mundo: no podemos pensar a la sociedad como algo separado de la naturaleza, ni aceptar las pretensiones de la economía de hacer caso omiso de las dimensiones necesaria e inevitablemente materiales de la producción y entender que hay límites a la producción porque los recursos son finitos. Como afirma Enrique Leff, se trata de una crisis de conocimiento, dado un patrón a través del cual “la humanidad ha construido el mundo y lo ha destruido por su pretensión de universalidad, generalidad y totalidad; por su objetivación y cosificación del mundo.”[7]

Pero algo en lo que se repara poco es que el Antropoceno es resultado del antropocentrismo, la falsa idea milenaria de que el humano es dueño de todo cuanto existe para su control y disfrute o, en su versión moderna, el culmen de la evolución, pero que, como vimos antes, se trata de una modelación del mundo conforme al estereotipo de masculinidad hegemónico, eminentemente androcentrista. Diversas autoras, como Franꞔoice d’Eaubonne y Alicia Puleo, han mostrado cómo el androcentrismo está también en la base de la vejación que la civilización masculina hace de la naturaleza, ya que ésta es expresión de lo femenino (energía fértil, dadora de vida, nodriza); de ella recibimos, como de una madre, nutrientes, abrazo que arrulla, contención de ansiedades y consuelo. La violencia masculina se despliega hasta abarcar prácticamente todas las dimensiones humanas, se vuelca contra todo y contra todas y todos, es una medusa que se ensaña y se reproduce sin pausa. El Antropoceno es no es sólo la huella de la presencia humana en la Tierra, es más bien la impronta de la violencia masculina justificada, legitimada y estimulada, hasta premiada, en el seno de la matriz androcéntrica. 

El vaso comunicante entre antropocentrismo y androcentrismo está en la exaltación de la razón, que según esta narrativa es la única capaz de tener acceso al mundo de las ideas y ser fuente de la palabra, como algo exclusivo de los varones, y de ahí el deprecio por el cuerpo, porque el cuerpo siente, no piensa, es, según esto, la expresión del mundo del pecado y con ello de la mujer que arrojó al hombre a la perdición por su sensualidad y sexualidad.[8] Según esta narrativa, los hombres somos superiores porque tenemos la razón, tenemos la palabra y con ello la capacidad de codificar y decodificar el mundo para transformarlo, para someterlo, como al cuerpo y a la mujer. Haciendo referencia a personajes de la literatura universal, somos Robinson Crusoe sobreviviendo con absoluta autosuficiencia en una isla solitaria hasta construirse un mundo confortable y seguro. Somos un Ismael Ahab persiguiendo a Moby Dick para someterlo y, junto con el cachalote, controlando, sometiendo y explotando a la naturaleza toda.

Esta crisis civilizatoria está tratando de ser descifrada y combatida desde distintos frentes, desde donde, fragmentados, resultan insuficientes los esfuerzos; es menester apelar a un abordaje de su complejidad, descifrarla con perspectiva sistémica, de género y de interseccionalidad, reconocer sus dimensiones genético estructurales, desde los sistemas de creencias y las formas cómo se conforman las subjetividades; y también hay que develar y combatir los mecanismos de poder de dominación que se despliegan desde lo micro hasta lo macro, impuestas y reproducidas en leyes e instituciones, en políticas y en presupuestos gubernamentales, en usos y costumbres y en patrones culturales diseminados desde los púlpitos y las aulas escolares.

Y en el centro de todo ello, es necesario develar el androcentrismo, desenmascarar cómo es que se le hace aparecer como propio de un orden natural, y trabajar en mostrar que otras masculinidades son posibles, educando a las nuevas generaciones para el aprendizaje de su ser personas libres de estereotipos, de mandatos y de exigencias. Para que cada niño y joven reconozca y valore que todos somos distintos, que no tenemos que ajustarnos a ningún estereotipo de cómo ser hombre, que no tenemos nada que demostrar; que podemos ser nosotros mismos de manera genuina y espontanea, conforme a nuestra personalidad, gustos y elecciones. Que es posible ser un hombre respetuoso, amoroso y tierno, que se esfuerza por no ser machista ni violento. Que es necesario que cultivemos nuestras inteligencias emocional —para convivir mejor­— y espiritual —como antídoto al vacío existencial. Que eso nos permite ser más libres y mejores personas. Porque, además de sustraernos de reproducir los patrones machistas, aún los más sutiles, genera mayor bienestar personal y de quienes nos rodean, y puede ir revirtiendo esta crisis civilizatoria que está haciendo del Antropoceno una verdadera calamidad para la vida toda en el planeta.

Pero para ello es menester que se reconozca que no basta con ser mejores hombres en nuestra individualidad, si no renunciamos a los privilegios que tenemos por serlo, si no nos sustraemos a actitudes y prácticas machistas, si no rompemos con el pacto patriarcal, si no trabajamos colectivamente por modificar las bases estructurales e ideológicas, los resortes y los mecanismos del patriarcado.

Ello va desde el trabajo personal hasta la responsabilidad del Estado, lo que lo hace sin duda una empresa de magnitudes inconmensurables; pero que no puede ser postergada. Desenmascarar el carácter profundamente androcéntrico de la crisis civilizatoria que estamos viviendo durante el Antropoceno, desmontar las relaciones de dominación que se dan en todas las interseccionalidades, incluyendo las de clase, por supuesto, pero también en las de la división de tareas domésticas y las labores de cuidado, y construir nuevas formas de convivencia, de acuerdos para acceder a los recursos naturales y para preservar la base ecosistémica y biodiversa de la vida, pasa por procesos individuales, sin duda, pero que son estériles si no pasan también por la organización y el ejercicio de ciudadanía traducida en una lucha política colectiva y de largo aliento.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Chaparro Mendivelso, J. y Meneses Arias, I. (2015). El Antropoceno: aportes para la comprensión del cambio global. Ar@cne, revista electrónica de recursos en internet sobre geografía y ciencias sociales, 19(203), 1-20. http://www.ub.edu/geocrit/aracne/aracne-203.pdf

 

Leff, E. (27-28 de septiembre de 2004). Más allá de la interdisciplinariedad. Racionalidad ambiental y diálogo de saberes [Ponencia]. Seminario Internacional Diálogo sobre la Interdisciplina, Observatorio Internacional, ITESO, Guadalajara, México.

 

Toledo, V.M. (1992). Modernidad y Ecología. La nueva crisis planetaria. Ecología Política (3), 9-22. https://www.ecologiapolitica.info/novaweb2/wp-content/uploads/2019/10/03_Toledo_1992.pdf

 

Villar, A., Canarias, E., Altamira, F., Mujika, I., Caballero, I., Fernández, M. y Celis, R. (2013). Los deseos olvidados: La perspectiva de géneros y de diversidad sexual en el trabajo de cooperación y educación para la ciudadanía global, Nahia.

WWF (2016). Planeta vivo: Informe 2016. https://wwf.panda.org/es/noticias_y_publicaciones/publicaciones/informe_planeta_vivo_2016/

 



[1] Distopía es un término acuñado recientemente como lo opuesto a utopía, es decir, la descripción de un futuro que contradice la esperanza por un mundo mejor, como lo hacen algunas novelas escritas en el siglo pasado: Un mundo feliz de Aldous Huxley; 1984 de Gerorge Orwell; y Fahrenheit 451 de Ray Bradbury.

[2] Equipo Nahia, Los deseos olvidados: La perspectiva de géneros y de diversidad sexual en el trabajo de cooperación y educación para la ciudadanía global, Bilbao, 2013.

[3] Jeffer Chaparro Mendivelso e Ignacio Meneses Arias, “El Antropoceno: aportes para la comprensión del cambio global”, ar@cne revista electrónica de recursos en internet sobre geografía y ciencias sociales, 2015, consultada el 23 de agosto de 2018 en: http://www.ub.edu/geocrit/aracne/aracne-203.pdf

[4] Proceso intenso, acelerado y sin consideración alguna sobre los efectos de la actividad, obviando la capacidad de regeneración de la fuente del recurso, como si éste fuera inagotable, y negando sus impactos acumulativos. Definición libre.

[5] Cfr. WWF, Planeta vivo, 2016, consultado el 20 de agosto de 2018 en: http://www.wwf.org.mx/quienes_somos/informe_planeta_vivo/

[6] Cfr. Víctor Manuel Toledo, “Ecología mundial: Ante la Conferencia de Río de Janeiro”. Ponencia para el coloquio: Sociedad y Medio Ambiente en México. El Colegio de Michoacán (Zamora, Michoacán) septiembre de 1991, consultada el 13 de febrero de 2019 en: file:///C:/Users/defin/Downloads/Dialnet-ModernidadYEcologiaLaNuevaCrisisPlanetaria-6805798.pdf

[7] Enrique Leff, “Más allá de la interdisciplinariedad. Racionalidad ambiental y diálogo de saberes”, ponencia en el Seminario Internacional Diálogo sobre la Interdisciplina, Observatorio Internacional, iteso. Guadalajara, 27-28 de septiembre, 2004.

[8] Pablo de Tarso, en la Primera carta a Timoteo 2,11-14, dice: 11. La mujer oiga la instrucción en silencio, con toda sumisión. 12. No permito que la mujer enseñe ni que domine al hombre. Que se mantenga en silencio. 13. Porque Adán fue formado primero y Eva en segundo lugar. 14. Y el engañado no fue Adán, sino la mujer que, seducida, incurrió en la transgresión.