Rafael
González Franco de la Peza
(Charla en la inauguración de la exposición de
pintura “México saluda a Trump” el 20 de enero de 2017)
De
por si las fronteras son el triunfo de la necedad del impulso que anima a los
más mezquinos entre los mezquinos.
De
por si las fronteras imponen divisiones artificiales a ecosistemas y a
naciones, dividen a pueblos y familias,
cortan el libre flujo de animales y ríos; pero sobre todo, impiden el libre trashumar
de los humanos, y todos somos caminantes.
De
por si las fronteras sirven para mantener al otro diferente apartado y
apestado, excluido y confinado extramuros para no vernos
perturbados por su función de espejo de lo que más odiamos de nosotros mismos.
De
por sí las fronteras son ciegas, sordas, insensibles a lo que sucede allende la
línea.
Y
encima, como si no fuera suficiente el
dolor, la aflicción y la angustia que siembran y exacerban las fronteras, se levantan muros, muros reales y muros simbólicos, erigidos para consumar lo
que las fronteras dejan inconcluso: la ignominia de la segregación absoluta, la
siembra de las desconfianzas, de las discordias, de las exclusiones y de los
odios.
El
“no pasarás”, tú, el diferente a nosotros los puros, los superiores, los
bendecidos, los elegidos; a ti, que tanto desprecio porque me conectas con lo
que más deprecio de mi mismo.
La
frontera y el muro no son nuevos; ya hace mucho que la línea es barrera
infranqueable para el flujo de lo que nos hace humanos (libre tránsito, encuentro entre hermanos, comercio justo, solidaridad
y cooperación), y hace mucho que la frontera norte es membrana permeable a lo
que más destruye (tráfico de armas, drogas y, sobre todo, personas obligadas a
hacerle de burreros o expuestas al odio homicida de francotiradores
improvisados, a morir ahogados en el río, ser víctimas de trata o que se vuelva
vano todo el esfuerzo, todo el dinero ahorrado y todo el sufrimiento para poder
pasar del otro lado, al ser bruscamente regresados a éste y frustrar el sueño
americano).
Ya
hace tiempo que hay, a lo largo de la frontera, tramos considerables de ominosos
altos muros (casi una tercera parte de toda la línea); ya hace mucho que
aventurarse a cruzar es jugarse la vida caminando por un desierto hostil y en
muchos casos letal, o ser atrapado con droga y ser castigado sin clemencia como
si se fuera el dueño del negocio; ya hace mucho que el gobierno del país vecino
expulsa millones de gente sin papeles, ya hace mucho que el trabajo indocumentado
es mal pagado, abusado y maltratado. Ya hace mucho que la frontera y el muro
que ya está ahí sacralizan el cruce legal para que los patrones de allá
contraten mano de barata, pero que es esperanza de una vida mejor para la
familia, en carácter de remesas. Conozco
gente que vive, hace mucho, en la
angustia permanente por ser deportados, no de ahora, sino de años.
Sin
embargo, cuando se pensaba que la cosa no podría estar peor, en un mentís cruel
a los optimismos, los astros se alinearon para conspirar no a favor de buenos
deseos sino a favor de la infamia estadounidense; esa que por robarse todo,
hasta el nombre de “América” y “americano” se apropiaron.
Mucho
se dijo durante su campaña, que más preocupante que Trump fuera candidato o que
incluso llegará a presidente, era lo que hacía posible que lo fuera; que
hubiera tanta gente entusiasmada por su discurso, actitudes y desplantes. Yo todavía
no se que sea más grave, que el tipo sea presidente o que bajo su peculiar
modelo democrático (para mi más bien una hipócrita plutocracia) haya sido elegido por tantos ciudadanos que
encontraron en Trump la realización de sus anhelos, que se hayan sentido
identificados con su discurso y esperanzados con sus promesas.
Más
alarmante que el mismo Trump, sus bravuconadas y sus ya contundentes medidas
anti mexicanas; es que haya recibido, primero, el apoyo de tantos miembros de
su partido y, después, el voto que lo llevó a la presidencia. Esto nos habla de que Trump le puso palabras
y plasmó en acciones lo que muchos estadounidenses (que no americanos, porque
éstos los habemos desde Alaska hasta la Patagonia) piensan y desean; que el
discurso de Trump hizo eco de un clamor casi en sordina hace apenas pocos
meses, inspirado por los más ruines sentimientos supremacistas, racistas,
xenófobos, sexistas, misóginos. Es aterrador que un discurso que hace apología
de tan ruines sentipensares haya recibido tan buena acogida por tantísima
gente. Porque el triunfo de Trump es el triunfo de quienes, desde su
supremacismo racista se sintieron agraviados por la llegada a la casa blanca de
un negro, descendiente de esclavos. Los estadounidenses amamantados por el
Kukuxklán no toleraron que Obama ganara y ahora están viendo su hora. Van con todo por la revancha.
¿Cómo
es posible que un discurso de esta naturaleza tenga tanta resonancia en una
sociedad multicultural como la estadunidense? El triunfo de Trump muestra que
un sector de la sociedad estadounidense no blanca, anglosajona y protestante (WASP
por sus siglas en inglés) comparte los sentimientos antimexicanos, anti musulmanes,
anti extranjero. Hegel enseñó, en la
dialéctica del amo y del esclavo, que éste acaba mimetizándose con aquel y por
eso el mejor capataz de un esclavo es otro esclavo; lo que no saben los no WASP
que comparten el discurso de odio de Trump, es que esos mismos WASP a los que
quieren parecerse, los desprecian y también
los odian.
En
este contexto, independientemente de si el proyecto del muro se concreta, otros
muros, quizá más terribles e ignominiosos han sido ya levantados. No es uno,
son muchos muros los que ya se han levantado, muros simbólicos pero no por eso
menos efectivos en su capacidad de daño.
Claro
que Estados Unidos puede construir un muro de su lado, hay que insistir, ya lo
ha hecho en casi una tercera parte de toda la línea, el muro ya existe; pero un presidente Mexicano valiente y con
dignidad debería haber manifestado su rechazo tan sólo a la mera idea de
continuarlo. Ese día en Los Pinos, Trump mostró que su muro ya estaba
construyéndose.
Insisto,
independientemente de si el proyecto del muro se concreta, otros muros, sin
duda peores han sido ya levantados. Muros simbólicos pero reales, eficaces;
contundentes en su potencial destructivo.
Trump
prometió un muro y su triunfó lo edificó, cuando al decir “haremos América grande
otra vez” (ojo, se refiere a su país, Estados Unidos de América y no a un
maravilloso continente al que pertenecemos) está reivindicando desde el
exterminio de los pueblos originarios de ese país, el “América para los
americanos” de la doctrina Monroe, el despojo de la mitad del territorio
mexicano, el respaldo a Huerta para que asesinara a Madero, la bomba atómica en
Hiroshima y Nagasaki, el respaldo al golpe contra Arbenz en Guatemala, la
guerra de Vietnam, el respaldo a Pinochet y a los militares golpistas
dictadores en América del Sur, el embargo a Cuba, las invasiones a tantos países
latinoamericanos y del Caribe, el apoyo a la contra Nicaragüense y el boicoteo
al proyecto de la esperanzadora revolución Sandinista; en fin, Trump prometió un muro y su triunfó lo
edificó, cuando está reivindicando la parte más obscura y dañina del
imperialismo Yanqui, que aunque en tiempos de neoliberalismo salvaje y TLC se
quiera ocultar y negar, existe, vaya que existe. Y con ello, la justificación
de nuevas tropelías de diversa calaña.
Trump
prometió un muro y con su triunfó se edificó, cuando negó el cambio climático y
propuso al presidente de Exxonmobil, una de las principales empresas
responsables de tan letal fenómeno planetario, como Secretario de Estado; un
muro simbólico que encumbra a los cínicos y le da poder a los detractores de
los acuerdos a los que con tanta dificultad ha llegado la comunidad internacional,
comprometiendo los esfuerzos para lograr una efectiva reducción de las
emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y con ello el abatimiento del
calentamiento global. De por si Estados Unidos
no firmó el Protocolo de Kyoto sino hasta 2015. Los grupos de poder en contra
de combatir el cambo climático han sido muy poderosos en ese país, desde antes
sin Trump, ahora con Trump vuelven a tomar fuerza, quizá todavía más fuerza
que antes, en un momento en que la eficacia con la que pueden sabotear los
acuerdos de París tendría consecuencias fatales para toda la humanidad.
Trump
prometió un muro y con su triunfó se edificó, cuando llamó delincuentes,
narcotraficantes y violadores a todos los mexicanos y terroristas a todos los
musulmanes; un muro simbólico que está legitimando la violencia contra ellos;
un muro simbólico que está envalentonando de nuevo a los Kukuxklanes, empoderando
a cada estadounidense que se siente
respaldado y protegido cuando insulta, golpea o maltrata a esos, para él,
despreciables porque así los ha decretado el hoy presidente.
Trump
prometió un muro y con su triunfo se edificó, cuando amenazó a las empresas de
capital estadounidense no solo para que no inviertan en nuestro país sino para
que dejen de manufacturan aquí (las armadoras de coches por ejemplo). La
cancelación de la inversión de Ford en San Luis Potosí no es menor tratándose de
un país tan lamentablemente dependiente, junto con la exportación de petróleo
crudo, de la inversión extrajera. Las consecuencias en la maltrecha economía y
el empleo de este país resentirá y mucho esta tropelía. Por cierto, para
quienes pensaban que las bravuconadas de Trump serían tan sólo eso,
bravuconadas; para quienes pensaban que no pasaría del alarde blofero del chico
malo del barrio, la cancelación de la planta de Ford en SLP es muestra de que
el tipo no sólo está loco sino que va en serio.
Trump
prometió un muro y con su triunfo se edificó, al usar una narrativa que embona
perfectamente con las ideas y aspiraciones de grupos fascistas que están
creciendo aceleradamente en número, fuerza e influencia en toda Europa; que
coincide con discursos antiinmigrantes, con llamados a purezas étnicas y
nacionalismos xenófobos y racistas. Las fuerzas más obscuras de la reacción
antidemocrática, justificadora de la violencia y el exterminio del otro
diferente, tienen ahora en Trump un campeón, un líder con todo el poder del
presidente de Estados Unidos. Un líder movido por prejuicios, rencores y deseos
de venganza; irracional, intolerante y déspota. Un líder que ya antes de ser
presidente ha sabido dejar ver su capacidad para hacer temblar a las economías
más robustas del planeta.
Por
eso nos dejó, primero estupefactos, y después indignados y rabiosos, la tímida,
casi inaudible, declaración de Enrique Peña Nieto diciendo que no se pagará el
muro cuando debió decirse que no se permitirá su construcción. Esa declaración
de nuestro presidente sonó a claudicación, a un acto deshonroso de aceptación
de la afrenta. El timorato y como susurrado “México no pagará el muro” de Peña
Nieto hizo patente la aceptación resignada del acto prepotente del vecino
abusivo; la respuesta sumisa del lacayo.
La
de Trump ha sido una estrategia para cohesionar en torno suyo a millones de
seguidores inventando enemigos, México y los mexicanos; los musulmanes, el
esquema comercial vigente, las empresas con capitales y producción fuera de los
Estados Unidos; enemigos que responden a los miedos de millones de
estadounidenses con formas de ver al mundo más o menos como la de Homero
Simpson.
Además,
no olvidemos que el odio de Trump hacia México y los mexicanos sí es algo
personal, desde mucho antes de ser candidato, Trump ya tenía a México y a los mexicanos
en la mira por los fallos en su contra
en los litigios que tuvo por sus fallidos negocios inmobiliarios en nuestro
país. Trump hacia México se comporta como un animal herido; no reparará hasta
ver saciada su sed de venganza; pero lo hace teniendo nada más ni nada menos
que el poder del presidente de Estados Unidos.
El
verdadero muro de Trump es que en todas partes todo el mundo está muerto de
miedo, desde los chinos, pasando por los europeos (la misma Merkel) hasta mostros;
es el muro de miedo que se levanta globalmente. De por sí la economía global,
pautada por un neoliberalismo rabioso está sostenida por alfileres y nos trae
desde hace años de susto en susto.
Así
las cosas, aunque Obama haya deportado a más indocumentados que nunca, el muro
levantado ya por el triunfo de Trump no detendrá a los millones de personas de
todo el mundo, entre los cuales sin duda seguirá habiendo una gran cantidad de
mexicanos desesperados por mejorar la vida de los suyos, pero sí justificará salarios
más bajos, mayores maltratos y peores condiciones de trabajo.
Por
supuesto que existe una alta probabilidad de deportaciones masivas, en niveles
mucho mayores a los que ya existen y eso le meterá mayor presión a la economía
mexicana y agudizará el, de por sí, ya un drama humanitario, que millones de centroamericanos
y de otras muchas naciones viven un viacrucis al cruzar el territorio mexicano.
El muro simbólico que ya ha levantado Trump,
independientemente de la ampliación del muro real, es el catalizador, la
levadura, que está haciendo y seguramente hará con graves consecuencias, que se agudicen los aspectos negativos de
nuestra vecindad, seguirá dando golpes a la de por si vapuleada economía
nacional; afectará las exportaciones mexicanas a aquel país, las inversiones de
aquel país al nuestro, hará mucho más difícil la situación de los indocumentados,
volverá más costoso y riesgoso el cruce de la frontera, el tránsito por el desierto.
El muro simbólico que
ha levantado Trump, fortalecerá a los capos del narcotráfico, al crimen
organizado que cruza a los indocumentada y los obligan a meter la droga (si,
los antiguos polleros eran hermanas de la caridad comparados con los dueños
actuales del negocio de cruzar indocumentados), a las mafias de trata de
personas, a los brókeres de armas; fortalecerá a la parte más ruin de quienes
medran con el dolor ajeno.
No nos engañemos, México nunca ha sido considerado
como un amigo por los gobiernos y los grandes intereses económicos de los Estados Unidos, siempre han buscado sacar ventaja de los recursos naturales y la mano de obra barata, aquí o allá, de los mexicanos, aprovechando la cobardía, la postración y el oportunismo
de nuestros gobernantes, (recordemos que el “comes y te vas” de Fox a Fidel Castro
fue para complacer al presidente Bush, por poner solamente un muy marginal y
anecdótico ejemplo).
El que la democracia de los EUA sea en realidad
una plutocracia, envalentona también a los grandes poderes fácticos de México,
es el triunfo de los grandes ladrones de cuello blanco gobernando a nuestro país
por interpósita persona ansiosa de sumarse a la caterva de accionistas. Y por
eso no tenemos un gobierno con la determinación y la valentía para plantearse
ante Trumpo de manera decidida, digna y firme.
Tiempos aciagos se barruntan, en mucho a causa
de la fechorías de Trump, pero ya hace rato que nos gobiernan unos vivales y de
eso Trump no es culpable, que acá también tenemos ya hace mucho una plutocracia.
Mucho en las traídas y llevadas reformas estructurales no es sino la creación
de condiciones para asegurarle mejores condiciones de negocio a quienes llevaron
a Peña Nieto al poder. Pero no dejemos
de lado que todavía hay una sociedad que lo soporta y que solamente se queja,
se manifiesta, exige la renuncia de los gobernantes; pero poco hace para
comprometerse en cambios efectivos que la saque de privilegios y zonas de
confort.
La única faceta positiva del muro es que mucha
gente está tomando conciencia del drama que para muchos significa la barrera levantada
desde hace muchos años, el muro que hace que miles de mueran o simplemente
desparezcan sin que sus familias vuelvan a saber de ellos, el drama de los que
cruzan el país en la bestia. Ojalá nadie tuviera que verse obligado a tratar de
llegar al otro lado, porque de éste encuentra lo que su familia necesita.
Afortunadamente esta noche estos veinte
artistas están reivindicando la dignidad nacional ante la afrenta que la
belicosidad desmedida de Trump le está endilgando a México.
Esta noche y de aquí en adelante, el arte
despliega sus alas para volar más alto que el más alto de los muros. Debemos
felicitarnos por eso.
Muchas gracias.