viernes, 16 de octubre de 2015

Acuerdo de civilidad en favor de la convivencia y la comunicación cara a cara:

Para toda persona portadora de algún aparato que sirva para comunicarse a distancia:

1. La persona que está conmigo en una conversación tiene prioridad en mi atención.
2. No estoy obligado a contestar todas las llamadas o mensajes que reciba si estoy conversando con alguien cara a cara (la mayoría pueden esperar).
3. Si verdaderamente necesito responder tendré la amabilidad de disculparme por la interrupción con la persona con la que estoy.
4. Si fue absolutamente necesario responder le diré a la persona que me contactó que estoy con otra persona para asegurar que la conversación (oral o escrita) sea breve.
5. Dado que reconozco la importancia de mirar a la persona con la que estoy conversando, evitaré tener la mirada fija en una pantalla, por pequeña que ésta sea.
6.  Si estoy participando en una actividad grupal en un espacio cerrado, pondré mi aparato en modo silencioso y si necesito contestar saldré del mismo, para no interrumpir ni distraer la conversación.
7. Este punto aplica para todos, independientemente cuanta autoridad o fama tenga y más si está en el presidium.
8. Cuando esté en lugares públicos cerrados pondré el sistema vibratorio para no agredir acústicamente a las demás personas usaré audífonos para escuchar música y ver vídeos. 
9. Cuando tenga personas a mí alrededor evitaré hablar fuerte para que me oigan al otro lado de la linea, no hay necesidad de que todo mundo se entere de lo que digo.
10. Si estoy manejando, ni respondo llamadas ni me distraigo con los sistemas de localización, ¡no pongo en riesgo la vida de los demás!

¡Contra la invasión de nuestras vidas por los aparatos de comunicación a distancia!

lunes, 28 de septiembre de 2015

Para situar el optimismo ante los Objetivos de Desarrollo Sostenible


La Asamblea General de la ONU acaba de adoptar la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, como “un plan de acción a favor de las personas, el planeta y la prosperidad, que también tiene la intención de fortalecer la paz universal y el acceso a la justicia”. Esta resolución reconoce “que el mayor desafío del mundo actual es la erradicación de la pobreza” y se afirma que sin lograrla no puede haber desarrollo sostenible. El texto aprobado menciona que la nueva estrategia contenida en los Objetivos de Desarrollo Sostenible “regirá los programas de desarrollo mundiales durante los próximos 15 años. Al adoptarla, los Estados se comprometieron a movilizar los medios necesarios para su implementación mediante alianzas centradas especialmente en las necesidades de los más pobres y vulnerables”.
A Einstein se le atribuye la frase: “locura es pretender obtener resultados diferentes haciendo lo mismo”; si se mantienen las pautas que han llevado a la situación actual ¿cómo esperar que las cosas cambien? Sin un cambio radical de paradigma no habrá posibilidad alguna de alcanzar esos objetivos y todo quedará en una declaración más de buenas intenciones; como ha pasado con los Objetivos de Desarrollo del Milenio, aprobados hace 15 años, y cuyas metas para este 2015 están, en la mayoría de los caso, lejos de alcanzarse. ¿Cómo lograr objetivos tan ambiciosos, además de urgentes y necesarios, si no se revierten las causas estructurales del estado actual de cosas? La crisis ambiental, de pobreza y de violencia que se vive en el mundo requiere de acciones decididas que subviertan de una vez por todas las lógicas imperantes en la interacción social y con el medio ambiente.

Ese cambio radical de paradigma deberá estar basado en una “revolución ética estructural-radical” que paute nuevos derroteros para la convivencia humana y la relación sociedad-naturaleza, que nos disponga e incentive a la cooperación y la relación armónica con el ambiente. Para muchos, estas afirmaciones parecen estar fuera de la realidad, ser románticas, incluso ingenuas; se me ha dicho que son consideraciones que obvian las leyes de la historia y la lógica del poder; pero hay que insistir que sin tal revolución ética, todo seguirá conforme a las mismas tendencias y ninguno de los propósitos acordados por la comunidad internacional se verán cumplidos.

Esta “revolución ética estructural-radical” tiene desde nuestro punto de vista cuatro componentes que descansan sobre una cultura de buen trato y del cuidado de uno mismo, de los demás y del entorno. Hablar de buen trato y de cuidado en su sentido profundo, remite a la regla de oro de todas las religiones y a las espiritualidades de todos los tiempos y latitudes: “trata a los demás como quieres ser tratado”; recupera la esencia de la compasión, la empatía y la solidaridad y reconoce que como seres humanos estamos impelidos a cooperar porque de los contrario no somos viables como especie.

Basados en una cultura de buen trato y del cuidado de uno mismo, de los demás y del entorno, los componentes de esta revolución ética estructural-radical, sin ser ninguno de ellos más importante que los otros, pueden describirse sucintamente de la siguiente manera:

1.      Educación e incentivos efectivos para una convivencia pacífica y colaborativa en los distintos ámbitos de interacción humana, con equidad, incluyente y respetuosa de la diversidad y de las diferencias.

2.      La creación de condiciones para asegurar una relación sociedad-naturaleza pautada por  los límites de la regeneración y la capacidad de carga de los ecosistemas, y el fin a la extracción minera de recursos naturales  (considerando que todos son no renovables); además de generación cero de emisiones a la atmósfera y residuos tóxicos y contaminantes.

3.      La generalización de modelos de producción, distribución, intercambio,  movilidad y consumo a escala comunitaria,  en la lógica del buen vivir y no en la del capital, además de la erradicación de la industria alimentaria que no nutre, de la producción y uso de agro tóxicos y de los organismos genéticamente modificados en la producción agrícola.

4.      El aseguramiento de andamiajes legislativos e impartición de justicia  cuyo núcleo sea el respeto irrestricto a los derechos humanos.  Tolerancia cero a la corrupción y a la impunidad.


Sin el despliegue efectivo de estos cuatro componentes, como resultado de un cambio de paradigma al que las sociedades humanas se adhieran como una revolución ética estructural-radical, las causas que perpetúan la pobreza seguirán con el mismo vigor, el deterioro ambiental y el cambio climático no se detendrán y la degradación de la convivencia humana se agudizará; quedado los Objetivos de Desarrollo del Milenio y los Objetivos de Desarrollo Sostenible, como quizá la última declaración de buenas intenciones en la que se puso de acuerdo la comunidad internacional; pero sin que haya podido tener efectos positivos en la realidad del mundo.

miércoles, 22 de julio de 2015


Les comparto un fragmento de la entrevista que me hicieron en Anunciación TV sobre mi libro "El gobierno de las Organizaciones".

martes, 24 de febrero de 2015

Un gran líder, o muchos

Ayer vi la película Selma, que trata sobre una parte central en la vida y obra de Martín Luther King, la de su lucha por lograr el derecho al voto de la población negra en los Estados Unidos, y salí preguntándome por qué no podemos tener en México, en estas horas aciagas, un líder que pueda encabezar un gran movimiento de transformación nacional, como lo tuvo la India en Gandhi para su independencia de Inglaterra, o los negros de Estados Unidos en King para su lucha por los derechos civiles. 

Últimamente he hablado con mucha gente que quiere una transformación profunda en México y desea hacer algo para lograrlo, pero que, como yo mismo, no encuentra cómo; gente que quisiera ser parte de un gran movimiento social, sumarse a una lucha colectiva por un cambio radical que permita superar la profunda crisis nacional, que  ponga freno a la violencia inmisericorde que asola al país, que erradique la corrupción, la impunidad de los poderosos para hacer sus tropelías, que instaure un estado de derecho efectivo y no solamente para quienes pueden pagar por él, que ponga freno a tanta injusticia y abuso, que garantice los derechos de todos y todas en todas las circunstancias y sin demagogias, que detenga la destrucción del medio ambiente y la biodiversidad del país y la entrega de los recursos naturales a piratas modernos, que acabe con los poderes fácticos desde el narco hasta las televisoras, en fin, un cambio real y no más partidos cínicos y sinvergüenzas; pero prácticamente todas esas personas, como yo, se quedan inmóviles, rumiando el enojo, la frustración, la impotencia y la desesperanza  .

¿Por qué no podemos tener en México, en estas horas aciagas, un líder que pueda encabezar un gran movimiento de transformación nacional? Es una pregunta que muchos nos estamos haciendo. Pero me pregunto si es imprescindible un líder como Gandhi o King para lograr ese cambio que anhelamos ­no sé si la mayoría pero si muchísimos mexicanos­. ¡¿Y si en lugar de uno, surgieran muchos líderes en todas partes?! o mejor, ¿si cada uno encabezáramos ese movimiento?

La cuestión es que para que se de el cambio se necesita un proyecto que conjunte las voluntades y la energía de todos. Eso es lo que han hecho esos líderes en la historia: le ofrecen a la gente un proyecto en el que todos encuentran reflejados sus anhelos de cambio. No es cierto que si cada quien hace lo que le toca hacer vendrá el cambio anhelado. Ciertamente se requiere que cada una y cada uno haga lo que le toca, pero además se requiere que juntos empujemos al cambio deseado, porque hay otros que se benefician del estado actual de cosas y por supuesto que evitarán que ese cambio llegue. Lamentablemente se trata de una lucha de poder: el estatus contra una idea más o menos dibujada de un México diferente.

Lo que hace posible un movimiento social es un proyecto colectivo y lo que han hecho muchos de los líderes históricos es darle forma al anhelo compartido; pero si hoy no puede haber –por las razones que sean-­ ese líder, ¿por qué no trabajar en darle forma a ese proyecto?; creo que eso lo podemos hacer y entonces sí, con un proyecto común formar células en todo el país que empujen el cambio anhelado; sin necesidad de un líder como Gandhi o King o cualquier otro.

No nos quedemos atrapados en si será posible o no el cambio con estas elecciones o las de dentro poco más de tres años, es claro que por ahí no vendrá transformación alguna; los partidos políticos y la política actual están podridos, hay que depurarla de cuajo, pero eso no podrá ser hasta que venga el cambio; lo que yo estoy proponiendo es independiente de la dimensión electoral y con ello no estoy proponiendo ni que no se vote ni que se anulen los votos –aunque por cierto lo estoy considerando seriamente-.

Que cada quien haga lo que crea que es mejor con respecto a su voto; pero además, debemos ir construyendo un gran diálogo nacional para cambiar México a través de diversos medios, entre los cuales pueden estar las elecciones; pero no pensemos que nuevos diputados o senadores o nuevos gobernantes en nuestros municipios, estados o el país todo, serán los agentes de cambio alguno.

La construcción de ese proyecto enfrenta un escollo mayúsculo; una inmensa mayoría de mexicanos compartimos la convicción de que esto debe cambiar, estamos hartos, indignados, enojados, inconformes, dolidos, impacientes porque las cosas cambien; pero la mala noticia es que los mexicanos estamos profundamente divididos acerca del sentido y la naturaleza del cambio que queremos;  y esa es nuestra verdadera debilidad, por eso quienes tiene el poder real en este país actúan con tanta impunidad, porque saben que un pueblo dividido como el nuestro jamás reunirá la fuerza necesaria para echarlos.

México está dividió entre el norte rico y el sur pobre –y no sólo en sentido geográfico-; todavía hay rescoldos de las luchas entre liberales y conservadores del siglo XIX, aún no hay coincidencias sobre cómo debe ser un estado laico; hay también, aunque no se quiere reconocer, una lucha de clases más compleja que la que explican las teorías clásicas; muchos grupos enherbolan discursos democráticos pero se niegan a renunciar a privilegios absurdos disfrazados de conquistas laborales; los mirreyes de todas partes desprecian y maltratan a la prole y la prole responde con injurias y amenazas, y casi todos seguimos dándole la espalda a los pueblos originarios y dejando a su suerte al México rural y pobre; vaya si ni siquiera en nuestros vecindario, condominio o comunidad podemos convivir. Sí, estamos divididos frente a muchos temas y ante ello no podemos evadir una pregunta fundamental antes de decidirnos a luchar juntos por el cambio en contra de todos esos problemas que nos aquejan: corrupción, violencia sanguinaria, impunidad, narcogobiernos, ausencia de justicia efectiva y demás lacras: ¿podremos coexistir en paz, en armonía, construyendo una efectiva prosperidad, estando tan divididos? ¿Podremos poner a un lado nuestros prejuicios, dejar de negarle al que piensa diferente el derecho a pensar, sustraernos de desear su exterminio? ¿Podremos vivir juntos? como pregunto Alain Touraine hace tiempo.

Si no somos capaces de encontrar aquello en lo que podemos estar de acuerdo acera de un estado de derecho efectivo y reconocer que tenemos muchas diferencias y que tendremos que aceptar que sólo un México en el que quepamos todos podrá ser un México diferente ­más parecido al que anhelamos­, entonces sí hagámonos a la idea de que estamos condenados a esta postración.

Todo esto pensé al salir de ver la película de Martin Luther King, ¿por qué no podemos tener en México, en estas horas aciagas, un líder que encabece un gran movimiento de transformación nacional?; pero quizá no son líderes lo que nos esté haciendo falta, sino un proyecto alternativo de país en el que todos veamos reflejados nuestros anhelos y sea ese proyecto el que ejerza el liderazgo, y alrededor de él se formen miles de células en todo el país y logremos empujar de tal manera que todo aquello que nos tiene hartos caiga, a la vez que construimos un país diferente. Quizá lleve años esbozar ese proyecto común, pero no tenemos alternativa, o lo construimos entre los más y desde abajo, o los menos seguirán haciendo de las suyas.

En concreto mi propuesta es que hagamos el cambio desde abajo sin esperar que otros lo hagan; reunámonos con amigos, vecinos, compañeros, y ahí discutamos y acordemos lo mínimo en lo que podemos estar de acuerdo sobre lo que quisiéramos para México; que en cada barrio, centro de trabajo, escuela, comunidad, grupo de amigos, haya momentos de reflexión común sobre el México alternativo; y desde ahí vayamos generando espacios de conversación cada vez más amplios para ir juntando todos esos fragmentos de proyecto de país, de manera que esa misma reflexión conjunta nos lleve a tejer redes de empatía y solidaridad, células que empiecen a empujar por el cambio. No esperemos a que surjan líderes; pensemos en un movimiento amplio de múltiples y diversos liderazgos colectivos. Pero el objetivo debe ser claro: llegar a definir una idea de país en la que todos coincidamos ­un mínimo común denominador­, reconociendo que prevalecerán diferencias que quizá nunca lleguen a conciliarse; pero aseguremos lo básico en términos de estado de derecho efectivo, justicia verdadera, democracia real, derechos respetados, obligaciones asumidas, tolerancia cero a la corrupción y a la impunidad, limitación estricta de los podres fácticos y erradicación de complicidades criminales.

Si tú quieres un cambio, quieres hacer algo y ya te cansaste de esperar que otros lo hagan; promueve un grupo de discusión sobre el México diferente al actual que queremos, y luego busquen otros grupos y compartan con ellos hasta ir teniendo una propuesta común lo más amplia posible.

No podemos hacer el cambio si no tenemos y si no compartimos qué México queremos, hagamos el cambio desde abajo, aunque tome tiempo, nadie lo hará por nosotros; cada uno, pero todos juntos.



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