En las últimas semanas hemos visto a una
parte de la sociedad mexicana dividida y confrontada tras la iniciativa del
ejecutivo federal para legislar sobre el matrimonio entre personas del mismo
sexo. Las marchas convocadas por el Frente Nacional por la Familia han llevado
a muchos mexicanos, inclusive al interior de las familias, al enfrentamiento a
favor y en contra de esa iniciativa, que no hace más que acatar la resolución
de la Suprema Corte de Justicia de la nación, que establece la
inconstitucionalidad de negarle ese derecho a lesbianas y homosexuales.
Debe preocupar el tipo y el nivel de
enfrentamiento que se está dando, tanto en las redes sociales como en los
espacios públicos –afortunadamente todavía solamente de tipo verbal- en los que
a los argumentos sigue la descalificación, el insulto y la denigración, con una
carga crecientemente agresiva en ambos polos. Es preocupante porque ese es el
caldo de cultivo para que revivan viejos agravios en el México profundo, esos
que durante el siglo XIX se manifestaron en las luchas entre liberales y
conservadores y en el siglo pasado en la guerra cristera, y que evidentemente
siguen en estado latente.
Reconociendo el derecho de las personas que conforme
a sus convicciones y de buena fe marcharon los pasados sábados 10 y 24, y enfatizando que se trata de un derecho que debe ser tutelado
firmemente, es necesario denunciar la forma perversa como el auto denominado
Frente Nacional por la Familia ha logrado convencer a la mayoría de esas
personas de que el reconocimiento de ese derecho es una amenaza para la
familia. Esta organización y sus aliados deben ser desenmascarados y obligados
a desistir de su intentona para agudizar las diferencias y exacerbar la
confrontación al interior de la sociedad mexicana.
El análisis de los argumentos esgrimidos por
el Frente Nacional por la Familia y su aliados, nos muestra el uso de un recurso
muy eficaz: inventar un enemigo y decirle a la gente que amenaza lo que le es más valioso, ligándolo a sus prejuicios más arraigados para infundir miedo y lograr que se manifieste movida por el odio a ese enemigo. Es una fórmula probada que no falla, siglos de experiencia lo confirman. Por ejemplo la frase “no te metas con mis hijos” utilizada en la
convocatoria y las consignas de las marchas, nos muestra una respuesta natural
de los padres ante lo que ellos consideran una amenaza a lo más preciado. ¿De dónde sale esta
supuesta amenaza a los hijos, si no de un eficaz recurso para infundir miedo? Es
la misma estrategia de Trump para ganar seguidores, decirle a la gente que los
extranjeros, especialmente los mexicanos, son una amenaza.
Uno de los ejemplos
más acabados de este recurso, por su efectividad en la creación de condiciones
para el holocausto judío, es el libro llamado “Los protocolos de los sabios de
Sion”, un refrito de documentos y novelas del siglo XIX en los que se atacaba a
los jesuitas y a los masones, que decantó en un libelo apócrifo destinado a
infundir miedo y odio a los judíos entre las sociedades europeas y sirvió
después para justificar su persecución y exterminio.
Quienes
marcharon dicen estar motivados por la defensa del derecho a lo que ellos
llaman la familia natural o tradicional y el derecho de los padres a la
educación de sus hijos, cuando ni en la citada iniciativa de ley, ni entre los
motivos de quienes pugnan por el reconocimiento al derecho al matrimonio entre
personas del mismo sexo, existe algo que atente contra el tipo de familia que ellos
defienden. La familia formada por parejas heterosexuales seguirá teniendo los
derechos que tiene hasta ahora, los padres seguirán teniendo la patria potestad
y el derecho a educar a sus hijos según sus convicciones, derechos que seguirán
siendo tutelados por el Estado, pero que se extienden a otros tipos de familia;
entonces ¿por qué el miedo?
En ningún
caso, se han aportado pruebas de que el derecho al matrimonio de parejas homosexuales
atenta contra la familia, no se dice en qué o cómo pueden afectarla; pero un
cóctel de afirmaciones que lo mismo presenta la homosexualidad como contraria a
la naturaleza, o como una enfermedad curable si quien la sufre se lo propone, o
como una perversión, que la equipara con la pederastia y otros comportamientos
sociópatas, logran crear en una parte del imaginario social la idea de que la
homosexualidad es un ente del mal. A ello se suma la utilización de otro
engaño: la distorsión de la perspectiva de género, bajo el equívoco concepto de "ideología de género", con el fin de desinformar y desacreditar esta perspectiva, creando
confusión sobre lo que realmente se busca con la equidad de género y el respeto
a la diversidad sexual. De ahí se sigue como lógico negarle el derecho al matrimonio
a las parejas del mismo sexo, por ser algo perjudicial para la sociedad.
Se dice que
se está defendiendo el propio derecho (no obstante que no hay objetivamente
nada que lo amenace), que no se trata de homofobia y que no se está
discriminando, cuando en realidad las manifestaciones fueron clara y
abiertamente en contra del reconocimiento de un derecho de los homosexuales. Negar
derechos a otras personas es discriminarlas y no se discrimina a nadie si no
existe una fobia contra él. Esta trampa argumentativa ha
sido impulsada consciente e irresponsablemente por el Frente Nacional por la Familia y sus
aliados.
Con la negación de ese derecho, se está
violentando la convivencia y generando una repuesta de parte de quienes se
sienten agraviados no solamente porque se les está escamoteando ese derecho a
lesbianas y homosexuales, sino por toda la argumentación que lo acompaña, llena
de adjetivos denigrantes, afirmaciones que atentan contra su dignidad, mentiras
y desinformación, que además hace aparecer como intolerantes las reacciones de
indignación, pretendiendo que la resignación pasiva es la única legitima ante
tanto agravio.
De esta manera, las mentiras y manipulaciones
del Frente Nacional por la Familia y sus aliados están contribuyendo a agudizar
un clima de confrontación, en el que una parte de la sociedad se siente
amenazada, y por lo tanto justificada a reaccionar agresivamente para
defenderse, y la otra se siente agraviada e indignada por la insistencia de
aquella en negarle derechos a lesbianas y homosexuales, con argumentos que los
injurian y atacan su dignidad. Los organizadores de las marchas tiene en la
mira las elecciones del 2018, así lo han reconocido sus líderes, si esta
confrontación se mantiene puede sin duda escalar a proporciones muy
lamentables.
Es urgente que el legislativo federal y los
legislativos de los estados en los que no se ha consagrado el derecho de
lesbianas y homosexuales a casarse entre sí, lo hagan cuanto antes, conforme a
la resolución de la Suprema Corte, porque de lo contrario están dejando crecer
un enfrentamiento que puede escalar fisurando profunda y peligrosamente el ya
de por sí maltrecho tejido social de nuestro país, en momentos en los que
deberíamos estar unidos enfrentando los grandes problemas nacionales. Ojalá lo
entiendan nuestros legisladores.
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